viernes, 26 de diciembre de 2008

CAPÍTULO II

Mi afición por la imprenta data desde muy niño. Apenas si tenía yo cinco años, cuando escribí mis primeros versos. Felicitaba con ellos a mi madre por el día de su santo. Recordar aquella infantil aleluya, todavía me produce rubor por lo torpe y sin gracia que era. Sin embargo, Catalina, la cocinera de mi casa, encontró que mis versos eran preciosos y cortando la hoja del cuaderno de mis primeras letras, se lo llevó a su hijo que era impresor. Antonio Chávez me dio a la mañana siguiente una sorpresa. Encontré a los pies de mi cama, enrollada como si fuera un diploma, una cartulina estampada en diversos colores. En el centro de una orla donde figuraban nenúfares, mariposas y estrellas, estaban impresos mis versos con letras de oro. Este mismo impresor, Antonio Chávez, años más tarde, cuando cursaba mi bachillerato en el colegio de los jesuitas en Málaga, me imprimía anualmente cartulinas menos vistosas, pero donde figuraban composiciones mías a la Virgen, que antes de ser impresas eran revisadas y corregidas por el padre espiritual del colegio. Aunque yo era un niño y el hijo de mi cocinera un hombre hecho y derecho, parecía que nuestras vidas iban a correr paralelas. Tan pronto terminé mi bachillerato, al salir del colegio donde pasé interno seis años, durante el tiempo que hacía mis estudios universitarios de derecho, con Antonio Chávez imprimí la revista Ambos. En ella colaboró Emilio Prados, poeta con el que había de colaborar yo en el futuro en múltiples empresas editoriales. Publicó sus traducciones del alemán de poetas persas de la Edad Media. También publicó poemas José María Hinojosa, cuya historia será objeto de otro capítulo. Un colaborador que nos abandonó poco después de la aparición del primer número, fue José María Souvirón, que contratado para dar clases de literatura como profesor auxiliar en el colegio de los jesuitas, no encontró compatible su puesto con el publicar en una revista que parecía tener un aire renovador y liberal. Y sin embargo, en la revista Ambos no se expresó ni una sola idea revolucionaria. Publicada en 1921, a pesar de ser publicación provinciana, no dejaron [de] marcar huellas en su contenido las más avanzadas expresiones estéticas. Unas ingeniosas greguerías de Gómez de la Serna, y unos dibujos de Picasso producían confusión entre los comentaristas familiares de nuestra poca difundida revista. Para ellos futurismo, cubismo y comunismo era una misma cosa.

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