Llegué a París después de haber pasado por Hendaya, en donde me detuve para saludar a don Miguel de Unamuno, con quien pasé tres días. Unamuno, que hablaba siempre de memoria, que escribía de memoria, después de aprenderse muy bien sus pensamientos, que nunca improvisaba. «La memoria, nos dice, es la base de la personalidad individual así como la tradición es la base de la personalidad colectiva de un pueblo.» La memoria es nada menos que todo eso: la base de la personalidad. Después de hablar con don Miguel, comprendí la importancia que para esta gran persona tenía que tener la memoria. y no como tema de disertación, sino como actividad constante, como ejercicio vital, como recurso. Unamuno no improvisaba nunca, aunque a veces simulase el tono hablado, desnudo de oratoria, que le salía tan bien.
«Luchar. ¿Cómo? ¿Tropezáis con uno que miente?, gritarle en la cara: ¡mentira! y ¡adelante! ¿Tropezáis con uno que roba?, gritarle: ¡ladrón! y ¡adelante! ¿Tropezáis con uno que dice tonterías, a quien oye toda una muchedumbre con la boca abierta?, gritarles: ¡estúpidos! y ¡adelante! ¡Adelante, siempre.»
Estoy seguro que esto lo repitió de memoria muchas veces, ya que frases así, que a mí me dijo en tono familiar, luego las encontré reproducidas, impresas, en no sé qué periódico. Me decía:
«Después de almorzar juego mi partido de mus con tres de mis mejores amigos de Hendaya, un comerciante en ropas de mujer, un vendedor de artículos de goma, y un señor carnicero. Me place el carnicero, pues a pesar de que nunca nos jugamos la plata, pone en el juego todas sus pasiones. ¡Ese carnicero juega con toda su alma! Para mí la pasión debe ser el eje del espíritu. Apasionarse es tener derecho a vivir la vida. Lo demás es digerir la vida sin soñarla.»
Le escuché estas palabras y me acordaba entonces de que no quiso colaborar con nosotros en el homenaje a Góngora que publicamos en Litoral, nuestra revista de la Imprenta Sur, porque decía que nada tenía que ver con la retórica, él, profesor de griego, filósofo como Nietzsche, y como Nietzsche un profundo desengañado de la ciencia, un gran poeta de la voluntad y del sentimiento. A pesar de su maestría, vuelvo a repetir que tuvo el mayor interés en que no le considerara como un artista, ni como un científico. ¡Cómo defendió por todos los medios su posición de poeta sentimental! Por eso consideraba como a sus contrarios a los intelectuales, contra quienes recuerda un famoso pasaje de Lord Byron. En un poema de este gran romántico, Caín le pregunta a Lucifer, príncipe de los intelectuales: «¿Sois felices?» A la que Lucifer responde: «Somos poderosos». y Caín replica: «¿Sois felices?» y entonces el gran intelectual le contesta: «No. ¿Lo eres tú?»
Unamuno escuchó también las palabras de Satán que le dijo: «Escoge entre el amor y la ciencia. No hay otra elección.» Unamuno, sin vacilar un momento, menospreció la ciencia y se puso a compadecerse de todo.
«Luchar. ¿Cómo? ¿Tropezáis con uno que miente?, gritarle en la cara: ¡mentira! y ¡adelante! ¿Tropezáis con uno que roba?, gritarle: ¡ladrón! y ¡adelante! ¿Tropezáis con uno que dice tonterías, a quien oye toda una muchedumbre con la boca abierta?, gritarles: ¡estúpidos! y ¡adelante! ¡Adelante, siempre.»
Estoy seguro que esto lo repitió de memoria muchas veces, ya que frases así, que a mí me dijo en tono familiar, luego las encontré reproducidas, impresas, en no sé qué periódico. Me decía:
«Después de almorzar juego mi partido de mus con tres de mis mejores amigos de Hendaya, un comerciante en ropas de mujer, un vendedor de artículos de goma, y un señor carnicero. Me place el carnicero, pues a pesar de que nunca nos jugamos la plata, pone en el juego todas sus pasiones. ¡Ese carnicero juega con toda su alma! Para mí la pasión debe ser el eje del espíritu. Apasionarse es tener derecho a vivir la vida. Lo demás es digerir la vida sin soñarla.»
Le escuché estas palabras y me acordaba entonces de que no quiso colaborar con nosotros en el homenaje a Góngora que publicamos en Litoral, nuestra revista de la Imprenta Sur, porque decía que nada tenía que ver con la retórica, él, profesor de griego, filósofo como Nietzsche, y como Nietzsche un profundo desengañado de la ciencia, un gran poeta de la voluntad y del sentimiento. A pesar de su maestría, vuelvo a repetir que tuvo el mayor interés en que no le considerara como un artista, ni como un científico. ¡Cómo defendió por todos los medios su posición de poeta sentimental! Por eso consideraba como a sus contrarios a los intelectuales, contra quienes recuerda un famoso pasaje de Lord Byron. En un poema de este gran romántico, Caín le pregunta a Lucifer, príncipe de los intelectuales: «¿Sois felices?» A la que Lucifer responde: «Somos poderosos». y Caín replica: «¿Sois felices?» y entonces el gran intelectual le contesta: «No. ¿Lo eres tú?»
Unamuno escuchó también las palabras de Satán que le dijo: «Escoge entre el amor y la ciencia. No hay otra elección.» Unamuno, sin vacilar un momento, menospreció la ciencia y se puso a compadecerse de todo.
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