Otro surrealista que renunció a la tendencia política revolucionaria fue el pintor Salvador Dalí. Recientemente unos amigos suyos catalanes refugiados políticos en México solicitaron de Dalí una colaboración para una revista que tenían en proyecto. La contestación de Dalí llegó en una tarjeta postal. Escribió:
«No quiero nada con los vencidos. Salvador Dalí.»
El autor de esa frase fue íntimo amigo de Federico en la Residencia de Estudiantes, donde le conocí esforzándose en adquirir una técnica de dibujo a la que debe hoy en día su fama. Era un muchacho de extraordinaria timidez. Capaz, por lo mismo, de los mayores atrevimientos. Recibió inspiración para su primera época de Federico García Lorca y de Luis Buñuel. Dalí puso su técnica al servicio de estos dos soñadores y más tarde colaboró con Buñuel en dos películas: en El perro andaluz y en La edad de oro.
Una tarde, estando yo desempeñando un modesto empleo en la oficina de turismo del Puerto de Málaga, se me presentó Salvador Dalí con un aspecto que a todos resultaba extraño. Lo recuerdo con la cabeza completamente pelada al rape. Con su bigotito de siempre; los labios que parecían pintados y un collar de cuentas azules en el cuello. Me dijo que había sido invitado por Hinojosa para pintarle un cuadro y que al llamar a la puerta de su casa se habían negado a recibirle. «Lo peor -me decía- es que mi mujer está en la manicura desde las 11 de la mañana». Y eran las cuatro. Sin darme por entendido de los detalles descritos, le acompañé a buscar a Gala. Ella estaba sentada en el banco de la paciencia con un vestido de bailarina de ballet. Con una falda de gasa sobre las rodillas y un corpiño ajustado. Tenía entre sus manos un ramito de rosas de pitiminí. No le hizo ningún reproche a Salvador y salimos a la calle.
Durante varias cuadras Dalí avanzaba besando en los labios a Gala y como yo me tenía que mantener un poco aparte de esas efusiones, aprovechaba la situación para decirles a los amigos que encontraba:
- Como soy del turismo tengo que atenderlos. Son unos egipcios.
Como Dalí me enseñó la carta de Hinojosa invitándole y además me expuso que su situación económica no tenía ninguna salida, los llevé a la casa del poeta. Entré yo primero y les expuse a los padres las razones por las que debían de atender al pintor sin darle importancia a la manera cómo iban vestidos, ya que se trataba de artistas bohemios.
Recuerdo una noche con ellos en el Café de Chinitas. Una taberna de Málaga de ambiente popular. Se cuenta que en dicho establecimiento, estando una cantaora cantando la copla que dice:
«No quiero nada con los vencidos. Salvador Dalí.»
El autor de esa frase fue íntimo amigo de Federico en la Residencia de Estudiantes, donde le conocí esforzándose en adquirir una técnica de dibujo a la que debe hoy en día su fama. Era un muchacho de extraordinaria timidez. Capaz, por lo mismo, de los mayores atrevimientos. Recibió inspiración para su primera época de Federico García Lorca y de Luis Buñuel. Dalí puso su técnica al servicio de estos dos soñadores y más tarde colaboró con Buñuel en dos películas: en El perro andaluz y en La edad de oro.
Una tarde, estando yo desempeñando un modesto empleo en la oficina de turismo del Puerto de Málaga, se me presentó Salvador Dalí con un aspecto que a todos resultaba extraño. Lo recuerdo con la cabeza completamente pelada al rape. Con su bigotito de siempre; los labios que parecían pintados y un collar de cuentas azules en el cuello. Me dijo que había sido invitado por Hinojosa para pintarle un cuadro y que al llamar a la puerta de su casa se habían negado a recibirle. «Lo peor -me decía- es que mi mujer está en la manicura desde las 11 de la mañana». Y eran las cuatro. Sin darme por entendido de los detalles descritos, le acompañé a buscar a Gala. Ella estaba sentada en el banco de la paciencia con un vestido de bailarina de ballet. Con una falda de gasa sobre las rodillas y un corpiño ajustado. Tenía entre sus manos un ramito de rosas de pitiminí. No le hizo ningún reproche a Salvador y salimos a la calle.
Durante varias cuadras Dalí avanzaba besando en los labios a Gala y como yo me tenía que mantener un poco aparte de esas efusiones, aprovechaba la situación para decirles a los amigos que encontraba:
- Como soy del turismo tengo que atenderlos. Son unos egipcios.
Como Dalí me enseñó la carta de Hinojosa invitándole y además me expuso que su situación económica no tenía ninguna salida, los llevé a la casa del poeta. Entré yo primero y les expuse a los padres las razones por las que debían de atender al pintor sin darle importancia a la manera cómo iban vestidos, ya que se trataba de artistas bohemios.
Recuerdo una noche con ellos en el Café de Chinitas. Una taberna de Málaga de ambiente popular. Se cuenta que en dicho establecimiento, estando una cantaora cantando la copla que dice:
Quién me pegaría a mí
un tirito en mitad del corazón.
un tirito en mitad del corazón.
Se levantó en la sala un flamenco que, disparando contra la artista, la dejó muerta en el escenario, diciendo:
-Yo.
En ese café, en uno de los palcos laterales, Dalí, Gala, Hinojosa, Prados y yo asistimos al espectáculo. Una pareja de bailarines actuaban en la escena un número de éxito. Cuando terminaron de bailar, Gala le compró a la vendedora de flores un ramito de violetas y, colocando dentro de él uno de los billetes de mil pesetas que José María les había anticipado por un cuadro, les arrojó el ramo a los artistas. Cuando los bailarines recibieron el obsequio, dieron muestras de haber perdido el juicio. Avanzaron desde el escenario hacia el público gritando:
- ¡Afuera todo el mundo, que ahora empieza la juerga!
Y lograron con esta imposición que nos quedáramos a solas con ellos.
Gala vestía aquella noche un modelo francés de traje de noche, azul celeste con una cola de medio metro, y Salvador Dalí iba de frac. A la mañana siguiente supimos que Dalí tenía un contrato con un marchant de París que le pagaba unos miles de francos por dos cuadros al mes. Para cumplir su compromiso Dalí se detuvo en una ferretería, de cuya fachada sobresalía una pintura de metal, donde en relieve y con diversos colores, figuraba el muestrario de toda clase de cohetes pirotécnicos. Entró para comprarlo. Creo que pagó cincuenta pesos por el cartel y luego en un café con tinta china dibujó sobre los cohetes en relieve unas hormigas negras y una llave. El resultado de este trabajo fue enviado a París para cobrar su contrato.
Gala y Dalí vivieron casi todo el tiempo en Torremolinos, una playa de las cercanías de Málaga. Ahora de moda; pero en aquellos tiempos no era visitada sino por escasos turistas extranjeros.
En la arena, al pie del acantilado, encontré a Dalí y Gala completamente desnudos. Como era invierno yo llevaba un grueso abrigo, que me estaba algo grande, por ser heredado de mi tío. Gala, estudiando mi sombra sobre la arena, me echó las cartas con una baraja holandesa. Su vaticinio fue sobrecogedor, pero no logró asustarme. Le sorprendió mucho que yo no hubiera encontrado en mi camino a nadie escondido tras las peñas espiándolos, pues se bañaban así por puro exhibicionismo morboso.
El cuadro que pintó para Hinojosa nos gustó mucho, pero el día antes de su partida visitó a nuestro amigo suplicándole que le devolviera el cuadro por unas horas, pues tenía que hacerle algunas correcciones. Sin duda le faltaba alguna llave o algunas hormigas. Candorosamente, Hinojosa le entregó el cuadro, que no volvió a ver nunca más en la vida, a pesar de que le costó bastante caro.
Esto me recuerda una escena que yo no presencié y que me contaron. Federico García Lorca y Salvador Dalí querían venderle un cuadro a un diplomático sudamericano y después de enseñárselo estuvieron varias horas con él en un café tratando de convencerle. Como no se decidía, Federico le dijo:
-Oiga, ¿me puede usted dar dos duros?
El diplomático se los dio y Federico puesto de pie le dijo a Dalí:
-Un duro para ti y otro para mí y vámonos, que este señor es un pesado.
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