lunes, 9 de febrero de 2009

El Mono Azul


El Mono Azul nace en Madrid como órgano propagandístico de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, de la cual era subsecretario Rafael Alberti.

Vieron la luz cuarenta y siete números entre agosto de 1936 y febrero de 1939.

Durante su primera época se caracterizó por ser una hoja de combate, una revista de propaganda, que llegaba a los soldados del Frente Popular para animarlos e informarlos.

De entre sus colaboradores cabría destacar a Alberti y María Teresa León, Aleixandre, Bergamín, Cernuda, Gil-Albert, Octavio Paz, Antonio Machado, Neruda, Ramón J. Sender o Miguel Hernández.

La sección más célebre de El Mono Azul fue, sin duda, El Romancero de la guerra, que en los primeros once números ocupó las dos páginas centrales. El conjunto de los publicados sería primero recogido por Emilio Prados en 1937 (Romancero general de la Guerra Civil, Valencia, Ediciones Españolas) y más tarde (1944) por Rafael Alberti en Romancero general de la Guerra Española.

Manuel Altolaguirre colaboró con textos como el romance La torre de El Carpio:

Tus golondrinas, oh torre,/tus palomas y vencejos,/ahora son feroces buitres,/cuando no cobardes cuervos;/nidos de ametralladoras/en sus ángulos y huecos/lluvias mortales derraman/sobre las casas del pueblo./Son el cura y los caciques/los cabecillas guerreros,/los que desde la alta torre/asesinan al obrero./Nadie pasa por las calles/donde se derrama el fuego/inagotable, pues toda/la iglesia es un artillero/almacén de municiones/para ignominia del clero./La iglesia, desde su torre,/se hace fuerte contra el cerco/que las valientes Milicias/mantienen sin retroceso./La plaza grande, vacía./Las calles son un desierto;/tan sólo en los olivares/hay un humano hervidero/con llamaradas de puños/levantados contra el cielo./De estos grupos se destacan/ocho valientes mineros/que van a ofrendar sus vidas,/que van a morir venciendo./Cargados con dinamita,/en un camión descubierto,/avanzan hacia la muerte/por las calles en silencio./Del color de los sudarios/son las fachadas y el suelo,/blancuras y palideces/en edificios y cuerpo;/inmaculado heroísmo/el de los dinamiteros./En el trágico camino/uno a uno van cayendo,/uno a uno van alzándose/con nombre imperecedero./Tan sólo quedan con vida/tres hombres en el momento/en que el camión se aproxima/a la torre con denuedo./Tres hombres que ven las calles/blancas por donde vinieron/señaladas con la sangre/de sus bravos compañeros;/tres hombres que ven las calles/blancas por donde vinieron/asoladas por la lluvia/de mortal granizo negro;/tres hombres que ven las calles/blancas por donde vinieron/como camino imposible/de un imposible regreso./Están al pie de la torre;/cavando están en el suelo,/taladrando las paredes,/y el propio sepulcro abriendo;/y cuando en los olivares/resonó el horrible estruendo,/la torre se derrumbó,/se convirtió en mausoleo,/en túmulo de heroísmo,/en glorioso monumento./Sus piedras desordenadas,/con tres corazones dentro,/más dicen con su ruina/que el alcázar más soberbio./Si se derrumbó la torre/se afirmaron sus cimientos,/y ahora, amasados con sangre,/son el sostén y el aliento/de todo un pueblo que imita/tan valerosos ejemplos./Así se conquistó El Carpio./¡Vivan las armas del pueblo!


Crédito de la imagen:

http://www.ucm.es/info/especulo/numero22/neruda4.jpg

Fuentes:

Annachiara Cavallone. Entre pureza y revolución. Le riviste spagnole negli anni '20 e '30.

El romance La torre de El Carpio lo he tomado de Juan Antonio De Urda Anguita, Representaciones de la violencia en la poesía de la Guerra Civil española, pp. 46-49.

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