viernes, 26 de diciembre de 2008

CAPÍTULO XXXVI

Al día siguiente el director del hospital estuvo a visitarme. Lo recibí normal dándole explicaciones, pidiéndole disculpas.

-Después de lo que he visto que han hecho con España ya no quiero vivir.

Pero me convencieron sus razones, sus palabras sinceras sobre la buena voluntad con que atendían a todos los enfermos. Me trasladaron a una sala en donde conocí caras amigas. Un alemán antifascista, que estaba muy enfermo de los pulmones, se me ofreció para traducirme un artículo sobre la caída de Barcelona del escritor Gustavo Regler. No lo había terminado y a los pies de su cama apareció su autor, Gustavo Regler, que me venía a buscar con una gran alienista francesa, Madame Lahy, que se tranquilizó sobre mi estado. A los escritores de la Casa de Cultura debo mi libertad.

Aquella noche, a las 12, el director me despertó diciéndome que había un telegrama en el que se me invitaba por el Ministro del Interior, Mr. Sarraut, a trasladarme a París, como huésped de honor de los escritores franceses. Viajé en un coche-cama acompañado de alpinistas, muchachas y muchachos que venían de jugar con la nieve.

En París me esperaban los míos, después de la inquietud de [haberme] creído muerto. En la Embajada me entregaron un telegrama del poeta inglés Spender, que decía: «Si está en Francia mi amigo Manuel Altotaguirre todos sus gastos corren de mi cuenta, así como el traslado suyo y de su familia a mi casa de Londres, [...»].

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